lunes, 1 de octubre de 2012

El misterio de Rebeca





El sol brillaba en el cielo como lo haría un día corriente, templando con gratitud cualquier pedazo de piel que pudiese tocar. En la calle, la brisa mecía con ligereza las ramas de los arboles plantados a lo largo

de la acera. Parecía un día bueno para las cosas buenas.
Rebeca paseaba con sus amigas; hacía tiempo que no salía con ellas, y se sentía un poco rara sonriendo sobre cosas de las que no sabía nada. Fingiendo que su vida era tan simple y convencional como la de ellas. Pero lo que le había sucedido un par de días atrás, aún seguía en su cerebro como un eco imposible de acallar.
María, la más decidida y resuelta de sus amigas, seguía contando con gran misterio y diversión una historia acerca de uno de los chicos de la piscina (que supuestamente le estaba tirando los tejos), cuando Rebeca volvió a ver el callejón que daba a la tienda de antigüedades. Sintió el deseo de abandonar inmediatamente a sus amigas. Tenía que volver allí. No podía seguir escuchando cosas insustanciales que ya nada le aportaban. Y menos, después de lo que le había sucedido.
-Oye Rebeca,-interrumpió de golpe sus pensamientos Lucía, quizá la muchacha con la que más amistad tenía-¿Qué has estado haciendo estos días?, no se vio ese pelo moreno tan bonito que tienes por ningún lado.
Rebeca se estremeció un poco nerviosa.
-Nada interesante, estudiar para el examen del jueves que viene.-mintió.
No podía decirles nada. No lo entenderían.
-Pero si apenas entra materia. Va a ser el examen más sencillo que hicimos hasta ahora.-se extrañó Lucía.
-¡Oh! Sí, pero no sé, me apetece prepararlo bien. Nunca se sabe…-Rebeca cogió aire, tenía que desprenderse de sus amigas, y quería hacerlo ya-, ¡Mierda!, mi madre.
-¿Tu madre?-repitió como una bobalicona María, incapaz de comprender a su amiga.
-Sí, me acabo de acordar que no le compré algo que me pidió.-Rebeca podría haber recibido un Oscar por aquella actuación.- Y es urgente. Tengo que dejaros chicas. Lo siento mucho, de veras, luego os llamo.
Sus amigas se miraron entre sí, extrañadas, preguntándose que demonios le pasaba, mientras Rebeca marchaba a la carrera en dirección contraría a la que habían seguido hasta llegar allí.
Una vez llegó a la esquina de la calle, la dobló y se quedó quieta esperando a que sus amigas se alejasen un poco. Contó hasta treinta para si antes de asomarse para ver. Ya se iban, caminando con el mismo paso pausado y distendido con el que habían ido toda la tarde; sin volver la vista atrás como deseaba Rebeca.
Rebeca tragó saliva y salió de detrás de la esquina tras la que estaba escondida. Llegó hasta el escaparate y se quedó mirando a través de él. Pudo observar como la niña trasteaba de un lado para otro con algún objeto y como el hombre mayor limpiaba con esmero una figura que parecía de bronce, sentado detrás de un escritorio.
Solo Dios sabía si su vida volvería a saltar por los aires con aquella nueva visita a aquel lugar mágico.

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